Una antigua doctrina de seguridad sostiene que las decisiones son boomerang que regresarán temprano o tarde, inevitablemente al punto de partida y no del modo amable del famoso poema de Eliot sobre la vida circular. Es lo que ahora sobrevuela el complicado momento que experimenta Israel.
Según quienes observan desde esa perspectiva, la crisis revela el costo de la ausencia de una alternativa palestina que no solo Israel debilitó para fortalecer la colonización de los territorios ocupados de ese pueblo. También hubo culpas propias.
El terrorismo fundamentalista se introdujo como un virus en la batalla nacionalista y laica de los palestinos aprovechando esas debilidades. Israel, por su parte, hizo todo lo posible para usar ese veneno en contra de una solución estatal que cerrara la crisis. La corrupción y desmanejos en el gobierno palestino, fueron los otros socios de estas calamidades.
A los fines de la historia se debe reconocer que el panislamismo, que es de lo que se trata Hamas, su primo Hezbollah y su padrino iraní entre otros, ha sido una provechosa herramienta occidental para la disputa hegemónica.
En plena Guerra Fría, el estímulo al fanatismo religioso, que promovió el gobierno de Ike Eisenhower, por citar un caso, constituyó una maniobra estratégica contra el pan-arabismo pro soviético que creció en la región con el proceso de no alineamiento. Se promovió así la multiplicación de las madrazas, las escuelas del islam, para agigantar estos factores de tensión y reducir la potente influencia comunista del momento.
Luego, ya muerta la URSS, el proceso ganó su propia dinámica y se perdió control de la mano de un abismo social donde el fundamentalismo se fortaleció frente a los liderazgos relativistas. No solo intervinieron en ese proceso cuestiones culturales. La religión suele ser un arma útil para preservar el status quo de las oligarquías.
¿Hacia un cambio absoluto?
Es interesante ese vistazo a la historia en momentos que el actual conflicto bélico entre Israel y Hamas desborda todos los anteriores y puede ser el umbral de un cambio absoluto en la historia del país y de la región. Es un dato de notable realismo que el presidente norteamericano, Joe Biden, haya visitado este país, en plena guerra, para rescatar de los baúles aquella doctrina de dos Estados y la alternativa palestina de gobierno en los territorios, incluida Gaza en un futuro no tan distante.
No es lo que ha querido y por lo que ha combatido el actual primer ministro conservador Benjamín Netanyahu, pero es lo único que hay. Este sábado en El Cairo se reúne gran parte del poderío del norte mundial para sostener justamente esa instancia.
Vale consignar como nota accesoria ilustrativa que el diario Yediot Aharonot calificó de “abrazo del oso” el que Biden le dio con intensidad al líder israelí a su llegada en el aeropuerto de Tel Aviv. El concepto no aludía a un gesto solo de afecto al mandatario israelí, más bien un abrazo, pero “para sujetarlo”, sugirió el periódico.
Netanyahu está ciertamente en problemas. Una anécdota reciente ayuda a calibrar el momento. Un oficial se presentó en un domicilio para comunicar que la persona que buscaban, el padre de uno de los residente de la casa, había sido asesinado por Hamas.
La conversación la grava el receptor del mensaje. El militar, después de darle la noticia, le pide que no dude en hablar con cuanto alto oficial del ejército tenga a mano o con quien sea, pero que se sume al reclamo de que “Netanyahu renuncie, que se vaya ya”.
Ese desgaste preocupa a EE.UU. que tiene su propio plan para esta conflagración y necesita autoridad para concretarlo. Nada de invasión terrestre en Gaza que expondría una carnicería al mundo musulmán, y nada de castigo colectivo que aumentaría la furia contra Israel desde esas playas. Esa fue la manda que trajo Biden. No necesariamente será aceptada.
Washington necesita encaminar esta tragedia porque le absorbe una preocupación superior en el Asia Pacífico y Ucrania y no puede permitir un desmadre en la retaguardia impulsada por sus enemigos, eminentemente Irán y Rusia.
De modo que Netanyahu, debilitado por el brutal asalto terrorista que humilló a sus servicios de inteligencia y de seguridad militar, debería abandonar su estrategia de mantener con vida a factores disolventes como Hamas y volver a interactuar con el ejecutivo de Ramallah aceptando la noción de un Estado para ese pueblo.
Liquidar a Hamas
La buena noticia es que Israel por primera vez está frente a la posibilidad real de liquidar a Hamas. Eso es tan así que por eso la milicia de Hezbollah acicatea desde el Líbano con su artillería para intentar evitar semejante desenlace. También Hamas lo ve y por eso aparecen señales de esa organización terrorista intentando ahora explicar que la intención original no era matar civiles, que “fueron otros”, ha mensajeado.
“Los líderes de Hamas están utilizando diversas excusas para desvincularse del asesinato, la violación y la tortura de civiles que tuvieron lugar”, confirma un análisis en Haaretz. Afirman que no esperaban una reacción militar tan dura sobre la Franja y que solo pretendían tomar prisioneros para canjearlos por los presos de su vereda. Es mentira, la misión tuvo como objetivo la masacre, pero es interesante observar ese desespero de la organización.
Según fuentes de defensa locales, las Fuerzas Armadas israelíes están en condición de descabezar el mando de Hamas en cuestión de un puñado de semanas y sin invadir. De ahí que crece el temor de que Hezbollah busque disparar una guerra contra Israel como la de 2006, que buscaría limitar el daño a sus aliados de Gaza.
Firas Maksad, investigador principal del Instituto de Oriente Medio, dijo a The New York Times que esta derivación guerrera “será cada vez más probable, particularmente a medida que nos acercamos a una invasión terrestre de Gaza”. Pero enfatizó que si se procedía con cautela, “hay un camino para evitarlo”. Lo cierto es que Irán no está dispuesto a perder uno de sus alfiles.
El problema superior para Israel y EE.UU., le dicen a este columnista antiguos diplomáticos de la región, es que no alcanza con liquidar a las cabezas militares del grupo terrorista. Hay un entramado absoluto, hasta burocrático y cultural y de fuertes necesidades creado alrededor de esa organización en la Franja.
Lo que se necesita es cambiar las condiciones que han hecho posible la existencia y crecimiento de Hamas, que no es la única banda terrorista en Gaza. Uno de esos factores es la abrumadora indigencia que experimenta ese territorio. El ex premier Ehud Barak sugiere una intervención política en Gaza, no de parte de Israel como alientan algunos aliados de Netanyahu, sino de un puñado de países árabes que abra el camino para el regreso al poder de la Autoridad Palestina.
Esa fórmula, sin embargo, tiene limitaciones y riesgos que en su punto peor pueden amplificar la crisis. La autoridad palestina es de una extraordinaria precariedad.
Para resolver ese defecto se requieren inversiones de niveles históricos por parte de Occidente, casi un plan Marshall enfocado a este único punto con la idea de que el desarrollo individual y verificable de los palestinos los aleje de la telaraña fundamentalista. Un esquema semejante de modernización llevaría a Hamas a su disolución. Difícil, pero otra vez, es lo único que hay.
El acuerdo entre Israel y Arabia Saudita, que mediaba EE.UU., congelado por ahora debido a este nuevo conflicto, tenía en cierta medida ese propósito: imponía un límite a la colonización de los territorios ocupados y fortalecía al Ejecutivo de Ramallah.
Esa ha sido una de las razones del ataque del 7 de octubre, convertir a Israel en una incomodidad superior para el vecindario musulmán a partir de la inevitable respuesta represiva contra los enemigos en la Franja, con los costos civiles añadidos. Por eso Biden insiste en evitar cualquier movimiento que conspire con un rediseño del escenario, con señales claras de que ese cambio está en camino y en el cual Israel, para ganar la paz, tendrá mucho que ceder.
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