La dimisión de Laura Sarabia como ministra del Exterior ha introducido un nuevo giro en la escena política de Colombia. Su retirada se dio en medio de una creciente presión desencadenada por incidentes de controversia diplomática, cuestionamientos internos sobre la gestión de la Cancillería y una serie de eventos que deterioraron gradualmente su situación dentro del gobierno. Sarabia, cercana al presidente y con influencia notable en la Casa de Nariño, asumió el cargo de canciller con el propósito de darle una mayor dirección política a la diplomacia del país. Sin embargo, su gestión se vio enfrentada a múltiples desafíos que causaron tensiones tanto a nivel internacional como en el gabinete.
Uno de los episodios más significativos durante su mandato fue la expulsión de un diplomático colombiano por parte de Estados Unidos, un asunto manejado con gran discreción pero que tuvo un fuerte impacto en las relaciones internacionales de Colombia. Este incidente puso en duda el control de la Cancillería sobre su equipo diplomático y generó preocupaciones sobre la relación bilateral con uno de los países más influyentes del mundo.
Aparte de este suceso, Sarabia se encontró en un conflicto político con el exembajador Armando Benedetti, quien intentaba recuperar un papel en la administración. Las tensiones entre ellos eran un tema conocido en el ámbito político y se intensificaron con el tiempo. Este conflicto, sumado al creciente malestar entre altos funcionarios de la Cancillería respecto a su estilo de liderazgo, contribuyó a debilitar su apoyo interno.
Pese a los esfuerzos de la Presidencia por manejar la situación y mostrar apoyo institucional, la presión acumulada resultó finalmente en su renuncia. En un breve comunicado, Sarabia agradeció la confianza depositada en ella y confirmó su salida del cargo. No dio detalles sobre su futuro político ni aclaró si seguirá en alguna función dentro del gobierno.
Durante su corta gestión, Sarabia promovió una agenda centrada en aumentar la presencia internacional del país en foros multilaterales, fortalecer los vínculos regionales y reposicionar la política exterior bajo una óptica de soberanía y no alineamiento. Sin embargo, estos proyectos quedaron eclipsados por los conflictos internos y los cuestionamientos a su capacidad de gestión en un ministerio con estructuras altamente técnicas y diplomáticas.
En medio de este reacomodo, se ha anunciado que Luis Gilberto Murillo, el actual embajador en Washington y reconocido por su experiencia internacional, asumirá temporalmente la dirección de la Cancillería. Aunque la nombramiento no se ha oficializado, ha sido bien recibido en los círculos diplomáticos, quienes valoran su experiencia y conocimiento en el servicio exterior.
La salida de Sarabia ocurre en un momento crítico para la política internacional de Colombia, con retos como la crisis migratoria regional, la cooperación en seguridad y las relaciones con socios estratégicos. En este contexto, el Gobierno busca establecer una Cancillería estable, técnica y capaz de responder a un entorno internacional cada vez más desafiante.
El cambio en el Ministerio de Relaciones Exteriores también abre una discusión sobre el perfil que debe poseer quien lidera la diplomacia nacional. Dentro del servicio exterior y el ámbito académico, se ha insistido en la necesidad de priorizar perfiles con formación en diplomacia y experiencia comprobada, capaces de enfrentar las complejidades del entorno global sin politizar la institución.
Por el momento, la salida de Sarabia se interpreta como un intento del Ejecutivo por aliviar tensiones y relanzar su estrategia internacional con nuevos liderazgos. La atención se centra ahora en definir un nuevo o nueva canciller que, más allá del apoyo político, posea el conocimiento técnico para dirigir la política exterior en uno de los períodos más desafiantes de los últimos años.