Nauru, la isla donde los niños quieren morir

Nauru, la isla donde los niños quieren morir

Poco más grande que Ceuta, Nauru es una lista de calamidades. Su historia es una de ésas que cae hasta el fondo y sigue cavando. Y ninguna de estas afirmaciones es gratuita, pongámoslo así, si fueras un niño de Nauru estarías de pie sobre un secarral expuesto al aire y el agua contaminada, paseando por una tierra devastada, donde la carne en conserva, la cerveza y las patatas fritas son el menú del día. Lo que se traduce en que Nauru sustente el dudoso récord de ser la nación con el mayor número de casos de diabetes y obesidad infantil del mundo. 

Y tanto Unicef, como Médicos sin Fronteras y otras ONG comparten historias de niños que les confiesan que quieren morir. De hecho, de entre los muchos informes que pueden leerse uno de septiembre de 2014 habla de una niña asilada en uno de los centros de internamiento de Nauru que se había cosido los labios, cuando un guarda la vió, empezó a reírse de ella. No en vano, esta república insular es uno de los lugares con las tasas más altas de suicidio infantil del planeta.

Y en ese reconocimiento del terreno que puede realizar un tierno infante, también puede ver como los campos de refugiados se han extendido más allá de su vista durante años. Adultos como Kazem, residente de estas instalaciones, llegó a confesar: «hoy tal vez las noticias nos brinden algo de esperanza, pero mañana puede que veamos que en realidad nos van a destruir más que ayer». Esta es la realidad del que fuera una vez el país más rico de la Tierra, con el apodo de ‘Isla agradable’, y de eso no hace tanto.


Es la parábola de un paraíso imposible, mientras coloca el cartel de país en venta y mantiene la fama de ser el ‘Guantánamo del Pacífico’. Y en esta ocasión una nueva oportunidad llama a su puerta. Es una oferta que no puede rechazar porque es un plan que puede cambiar la economía del mundo. Bienvenidos pues a Nauru, «una pesadilla sin fin».

Ascenso

Nauru es una oportunidad perdida que ahora quiere prorrogar sus quince minutos de gloria. El intento no está exento de interés, pero tiene un precio para los más incautos que no son otros que sus habitantes. La verdad y toda la verdad ya la declaraba el psicólogo Paul Stevenson a ‘The Guardian’ que dijo que pese a haber estado 40 años trabajando con víctimas de ataques terroristas y desastres naturales, las condiciones en los campos para refugiados de Nauru eran la peor «atrocidad» que jamás había visto. Como siempre, una vez subido el telón, la realidad supera la ficción.

Pero antes de eso, ni los capiteles del Vaticano ni las lujosas calles de Mónaco, como micronaciones con nombre propio, superaban en riqueza a la República de Nauru en los ochenta, cuando tenía el mayor ingreso per cápita del planeta. Una historia conocida por todos, pero nunca oída por nadie, por contradictorio que parezca.

Con apenas 21 kilómetros cuadrados, en medio del Pacífico, Nauru tuvo la mala buena suerte, a finales del siglo XIX, de que alguien descubriera la abundante presencia de fosfatos y guano en sus suelos. Años y años siendo la parada obligada de muchas gaviotas la convirtió en una megalucrativa mina a cielo abierto para los mayores usureros, y el fertilizante ‘made in Nauru’ llegaría a ‘alimentar’ al mundo.

Tal y como narra un documento del Centro de Estudios indpendiente de Australia escrito por Helen Hughes, una reconocida economista australiana, Nauru antes de ser codiciada por todos fue una colonia alemana en el siglo XIX. Jaluit-Gesellschaft, empresa alemana, la australiana Trading Company Burns Philp & Co o la británica Pacific Phosphate Company se disputaban un trozo de Nauru que explotar. Hasta que Australia se convirtió en una coadministradora de la isla, junto con Reino Unido y Nueva Zelanda.

Con la Segunda Guerra Mundial y la conquista japonesa se usaron esclavos para construir un aeródromo que utilizarían para sus aviones de guerra. En esa época la isla padeció un terrible episodio de sequía y los japoneses ejecutaron a numerosos prisioneros británicos y australianos. Y llegaron a registrarse episodios de canibalismo en la isla.

A finales del conflicto Nauru volvería a manos del ala tripartita de australianos, británicos y neozelandeses, pero sus habitantes empezaron a tener un deseo creciente de independizarse. Lo que consiguió en 1968, convirtiéndose en la república más pequeña de la historia. Se creó la compañía minera pública Nauru Phosphate Corporation y los responsables tomaron el control del gran negocio de la isla.

Se abrió la veda a la ostentación sin fin y a una corrupción que alimentaría las arcas propias de los políticos, en detrimento de las comunes. Se invirtió en rascacielos, aerolíneas, incluso financiaron un ruinoso musical en el West End sobre Leonardo Da Vinci. Mientras se instalaba la falsa creencia de que los recursos serían ilimitados.

Caída

Sin embargo, el maná se detuvo lentamente y la extenuación se hizo evidente. La explotación ya no tenía nada que explotar. De mil millones de dólares australianos en 1991 se pasó a 138 millones en 2002, el desgaste dejaba a su paso suelos acidificados y un aire irrespirable que afectaba a la población. Los bienes financiados por la isla fueron embargados, los aviones confiscados y el banco central quebró.

Para parchear las pérdidas los gobernantes convirtieron a Nauru en un paraíso fiscal que ofrecía más facilidades que las habidas en las Islas Caimán. Las mafias y los narcotraficantes latinoamericanos hicieron de Nauru su destino favorito para sumas millonarias. Mil millones de dólares de la mafia rusa pasaron por Nauru, según The Guardian.

Vendían los pasaportes al mejor postor y los políticos usaron activamente el que su república perteneciera a la ONU para ganar dinero. Cediendo su voto en este foro a cambio de suculentas cifras. Por influencia de Rusia llegaron a «reconocer» a Abjasia y Osetia del Sur u otras por sumas que podían llegar a los noventa millones de euros.

Pero el mayor problema fue que el 80% de su terreno quedó yermo. La población local se vio expuesta a un 90% de desempleo. Nauru se quedó sin recursos naturales, Y como nos comenta Beth O’Connor, doctora de Médicos Sin Fronteras que estuvo en la isla en 2017, el suelo presentaba una alta presencia de cadmio. Esto ha dificultado aplicar un plan B con la agricultura y aumenta la dependencia con el exterior.

Mientras los gobernantes duraban meses en sus puestos y la sociedad se hacía adicta a la comida rápida, lo que le valió que desde 2007 ocupase el primer puesto en el pódium de la obesidad. Según la OMS, el 94% de los naurianos tienen sobrepeso y la Federación Internacional de Diabetes declaró que un tercio de la población sufría diabetes tipo 2.

Hablando con Unicef nos trasladaron datos aún más preocupantes, como que el sobrepeso afecta ya a dos tercios de los niños mayores y adolescentes de entre 5 y 19 años. Y también detalla que más del 41% de los niños sufren anemia y el 24% de los menores de cinco años muestran retrasos de crecimiento. Presentando una de las tasas más altas de mortalidad neonatal de la región. Sin embargo, las malas noticias no se detienen ahí y el escenario va más allá.

Un salvavidas interesado

Lo que parecía un callejón sin salida para la economía de Nauru encontró un salvavidas en el país vecino y una alternativa de empleo para los locales. Un carguero noruego rerscató a unos 400 refugiados en aguas internacionales a los que Australia negó su entrada en el país, así comenzaba otro capítulo de Nauru. Lo llamaron la ‘Solución Pacífico’ y permitió que la isla se mantuviera a flote cobrando mil dólares por asilado.


Asentamientos y hospital en la isla de Nauru


médico sin fronteras

Desde 2001, Nauru se convirtió en una cárcel al aire libre para muchos refugiados. Las denuncias provocaron que se prohibiera el uso de móviles y una visa para los de la prensa podía llegar a salir 8.000 dólares por solicitud. Se limitaba el poder conocer lo que ocurría en estos centros, promocionados como elemento disuasorio para todo el que quisiera aventurarse en aguas australianas, pero eso no evitó que muchos funcionarios filtrasen información.

Fue el periódico ‘The Guardian’ el que revelaría en exclusiva lo que pasaba puertas adentro, más de dos mil expedientes de acceso abierto que mostraban con claridad la violencia, los abusos y violaciones, especialmente de niños, que observaron agentes de protección infantil, entre otros.


unicef

Esos informes mostraban denuncias de niños altamente sexualizados y guardias naurianos que abusaban y fotografiaban a los más jóvenes. O el caso de una maestra que observó a una niña coloreando su libro escolar, vio que había escrito con lápiz: «Quiero la muerte». También está el ejemplo de otra joven que pidió poder ducharse durante más de dos minutos con agua caliente, su petición sería aceptada a cambio de favores sexuales.

Este tipo de situaciones no tardaron en tener consecuencias entre los infantes. Casi el 90% de los niños llevados a Nauru padecían problemas de salud física, desnutrición o problemas dentales. Y el 80% manifiestó algún síntoma de problemas de salud mental. Pese a las promesas del gobierno australiano de investigar esta situación, The Guardian indicó que se siguieran acumulando esas denuncias.

La ONU y Amnistía Internacional han documentado también estas retenciones sin fecha límite. «La política migratoria australiana se basa en separar a las familias y retener forzosamente a hombres, mujeres y niños en una isla remota por un tiempo indefinido, sin esperanza ni protección. Es cruel, inhumano y degradante», declaraba Paul McPhun, Director Ejecutivo de MSF Australia.

Las condiciones de detención en Nauru han tenido tal impacto que los psiquiatras de la isla dijeron que eran «intrínsecamente tóxicas» y similares a la «tortura». Contactamos a Médicos Sin Fronteras (MSF) que nos indicaron que ya informó en 2018 de forma pormenorizada de que la salud mental en la isla estaba en «crisis» y se encontraba entre las peores que la organización había visto en cualquier parte del mundo.Las personas separadas inmediatamente de sus familias tenían destruída su capacidad de resiliencia. No es casualidad que el título del informe del MSF fuese «Desesperación sin fin».

La psiquiatra Beth O’Connor señalaba que estuvo 11 meses en Nauru y que había visto un número alarmante de intentos de suicidio e incidentes de autolesiones entre los asilados. Y se mostraba particularmente sorprendida por la gran cantidad de niños con un estado de salud tan deteriorado que no podían comer, beber ni ir al baño. Y el mismo cuadro se daba con las embarazadas. La sensación era la total falta de control sobre sus vidas.

O´Connor en 2022 escribía que un paciente le dijo que si el gobierno australiano pudiera controlar su respiración, también estaría a cargo de eso. Y los niños alcanzaban el síndrome de resignación, quedando postrados, mudos e insensibles.

Las cifras de los pacientes tratados por MSF apuntaban que el 60% de sus pacientes tenían pensamientos suicidas y el 30% intentó quitarse la vida. «Niños de tan solo 9 años han dicho a nuestro personal que preferirían morir antes que vivir en un estado de desesperanza», afirmaba O’Connor.

Pese a ello, el 5 de octubre de 2018 el gobierno de Nauru tomó la repentina decisión de detener en seco la prestación de los servicios de atención de salud mental que brindaba MSF a los refugiados. Y se les exhortó a abandonar la isla en las próximas 24 horas. Actualmente Australia está trasladando a gran parte de los refugiados de Nauru, pero las secuelas permanecen. Y en anteriores ocasiones los planes se reanudaron.

La moraleja de esta república insular no tiene copyright y hay quienes han tomado nota. Tal vez, a algunos lectores les suenen las múltiples propuestas que ha planteado el Reino Unido para sus refugiados.

¿Resurrección?

Si creemos que el combustible de Nauru se ha agotado estaríamos lejos de acertar, aún admite un tercer acto, no necesariamente de redención. Porque esta pequeña isla se ha convertido inadvertidamente en la clave que abre las compuertas para una de las mayores carreras globales que decidirán el futuro de la economía global. Nos referimos a las posibilidades de la minería submarina.

El hambre por los minerales estratégicos ha trasladado su atención a las profundidades de los océanos. En un mundo donde su demanda aumentará un 500%, según el Banco Mundial, y donde el 96% de las reservas de cobalto o el 84% de níquel se encuentran en yacimientos submarinos, el sonido de las cajas registradoras ponen los dientes largos. Pero la gran parte se encuentra en aguas internacionales, donde la legislación prohíbe la explotación. Es la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, en inglés) la que ha permitido a varias empresas realizar estudios sobre las posibilidades de los fondos marinos, pero no su explotación de facto.

Esta idea, como declaraba Greenpeace, puede constituir una de las mayores amenazas para los ecosistemas marinos. A su vez los científicos advierten que necesitan más tiempo para averiguar el verdadero impacto de este tipo de proyectos. Sin embargo, una laguna legal en uno de los organismos de la ONU permitiría dar el pistoletazo de salida. Y la historia es que la compañía Metals Company, con sede en Canadá, se ha asociado con la pequeña Nauru en un proyecto que les permitiría eludir esta prohibición internacional y obtener una licencia para julio de 2024.

Esto es así porque por ley se establece que si algún país miembro notifica formalmente a la ISA que quiere iniciar la minería marina en aguas internacionales, la organización tendrá dos años para adoptar regulaciones completas. Y fue Lionel Aingimea, el presidente de Nauru, en el verano de 2021, quien informó a la ISA de su intención de iniciar la minería submarina, junto con la empresa Metals Company.

«Nuestra gente, nuestra tierra y nuestros recursos fueron explotados para impulsar la revolución industrial en otros lugares, y ahora se espera que seamos los más afectados por las consecuencias destructivas de esa revolución industrial», incluido el aumento del nivel del mar, escribió Margo Deiye, representante de Nauru ante la Asamblea General de la ONU. Unas palabras que servían para explicar por qué apoya la minería submarina.

Con esto se refería a que otra de las calamidades que puede abatirse sobre la isla es que con el cambio climático ésta estaría en serio peligro de desaparecer. Por eso, apostilla: «No nos quedaremos sentados esperando que el mundo rico arregle lo que han creado».

Mientras el CEO de Metals Company, Gerard Barron, ha declarado a la revista Wired que la asociación es respetuosa, no una versión moderna de la explotación colonial. «Es horrible lo que le pasó a Nauru…Estaban absolutamente jodidos por los alemanes, los ingleses, los australianos y los kiwis», afirmó. Y Metals Company ha destinado generosas cantidades a programas comunitarios en esta región insular.

Si esto funciona, miles de empresas se lanzarán en plancha a conseguir un puesto en una de las carreras del siglo. Como hemos dicho desde el principio, y con la minería vuelve a colación, la de Nauru es una de esas historias, que cae hasta el fondo y sigue cavando. Por tanto, a los que llegan y a los que se marchan, bienvenidos a Nauru, un infierno con posibilidades al que siempre pueden querer no volver.

 

By Peverell Jobin

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